domingo, 3 de junio de 2012

Salir de casa

La mayoría de los gatos que viven en nuestros hogares no salen casi nunca de casa. Aunque parezca imposible, podemos conseguir que el felino acepte de buen grado las salidas, aunque sean escasas y para circunstancias “no del todo agradables”.
Si lo pensamos un momento, para todos aquellos gatos que no tienen la oportunidad de disfrutar de parte o la totalidad de su vida en el exterior del hogar, las salidas del domicilio familiar son contadas: en la mayoría de los casos se reducen a las visitas al veterinario y a los viajes de vacaciones.
Tanto una como otra circunstancia no suele ser del agrado del animal. En el caso de acudir al veterinario, el gato relaciona el transportín y los movimientos del desplazamiento, con un final “poco apetecible”: un recinto con olores de todo tipo de animales, la mayoría indicativos de estrés, una habitación con un señor desconocido enfundado en una bata blanca, o un pijama de intensos colores, y, generalmente, algún manejo físico coronado por algún que otro pinchazo en su organismo. Es evidente que el felino no relacionará estas salidas del hogar con algo gratificante, aunque podemos conseguirlo.
Del otro lado están los viajes. Por regla general al gato no se le consulta el lugar de destino vacacional, ni se le comenta el día de salida o el plan de viaje o las paradas a realizar. Únicamente es introducido en su transportín un número de horas variable hasta llegar a destino.
En el mejor de los casos el gato pasará todo el recorrido callado, alucinando con la situación. En el peor de los casos, incluso con la ayuda de fármacos, el animal maullará todo el camino, salivará, sudará por sus almohadillas plantares, vomitará, y emitirá por su organismo todo aquello que debería ser emitido, de forma exclusiva, en la bandeja de arena.
¿Y cómo podemos evitar el mal rato de los desplazamientos a nuestro animal?
Es sencillo, pero debemos aplicar el método desde que el felino llega al hogar. De nada sirve comenzar a hacerlo cuando el gato ya es adulto y ha realizado ya unos cuantos “viajecitos” en contra de su voluntad.
Es evidente que lo que vamos a comentar requiere un esfuerzo, pero pensemos en el gato, o seamos egoístas y pensemos en todo lo comentado anteriormente.
Es tan sencillo como hacer que el gato perciba el transportín como algo positivo. Para ello lo dejaremos abierto en casa, lo rociaremos de feromonas en espray, permitiremos que ese artilugio pueda ser considerado como un lugar cómodo y seguro para el animal.
Es necesario hacer esto antes de plantear la salida de viaje o la primera visita al veterinario, al menos durante unos días, una semana…
Posteriormente acostumbraremos al animal al coche, y para ello el primer recorrido será corto, muy corto: por ejemplo desaparcar y volver a aparcar el coche; está claro que el animal aceptará de mejor grado esa corta maniobra que no un viaje directo Cádiz – La Coruña.
Y finalmente el veterinario. Lo ideal sería realizar un par de visitas en las que el animal no tuviera que ser vacunado, manoseado en exceso, unas visitas de exclusivo reconocimiento y aceptación del territorio hostil.
Este proceso es un poco pesado, pero es efectivo para toda la vida del animal.

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